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Descubriendo la Ciencia Ciudadana: Participacion, Impacto y Retos

Actualizado: 9 oct

Autor: Dr. José Luis Arreola

México


No cabe duda de que el método científico ha transformado la vida de los seres humanos. Desarrollado a lo largo de más de dos mil años, desde las primeras bases formuladas por Aristóteles hasta Francis Bacon, reconocido como el padre del método tal como lo conocemos hoy, este método ha evolucionado para convertirse en la herramienta por excelencia.

Desde su origen, el método científico ha sido intuitivo pero riguroso, convirtiéndose en el recurso principal para entender el origen y las causas de los fenómenos y problemas que formaban parte de la vida de nuestros antepasados, quienes con frecuencia los atribuían a dioses y poderes místicos.


Actualmente, gracias a este método disponemos de toda la medicina y procedimientos que ayudan a la humanidad a reducir la mortalidad, así como de avances tecnológicos de uso cotidiano, como la telefonía celular que probablemente tengas en la mano al leer este artículo. Sin embargo, también ha dado origen a nuestros mayores miedos y amenazas para nuestra subsistencia, siendo un ejemplo emblemático la energía atómica utilizada con fines bélicos.


Dejando a un lado el dramatismo, es innegable que cualquiera se emocione al ver un documental en que científicos exploran las profundidades del océano, fotografían gorilas en la selva tropical, implementan procedimientos quirúrgicos con ayuda de robots, o bien, encuentran vestigios de antiguas civilizaciones dentro de pirámides; Por no mencionar la exploración espacial, que llega a fronteras inimaginables. Esa sensación de formar parte del progreso de la humanidad nos lleva a preguntarnos: ¿qué tal si yo estuviera ahí?, ¿si yo propusiera?, ¿si yo descubriera? Esa es nuestra naturaleza, y sabemos que la posibilidad de realizar un descubrimiento es altamente valorada y prestigiosa.


El problema es que solo un reducido número de personas en el mundo ha recibido el entrenamiento necesario para el uso del método científico, y no solo eso, se requieren años de práctica y experiencia para obtener el reconocimiento que permita integrarse a proyectos científicos.


Pero ¿eso es todo? ¿Nunca podremos formar parte de algo que nos apasione y en lo que nos gustaría contribuir? La verdad es que no. Existen diversas maneras de integrarse a la comunidad científica. Lo más común son las donaciones a asociaciones, fundaciones y organizaciones que apoyan la ciencia; Sin embargo, esto presenta dos problemas: primero, que se requiere disponer de recursos sobrantes para donarlos; y segundo, que no se participa de manera directa y activa en los proyectos que se apoyan.


¿Existe alguna alternativa? La respuesta es un rotundo "sí". La ciencia ciudadana es la opción que permite participar activamente y generar información valiosa para la ciencia. ¿En qué consiste esta forma de participación? El diccionario Oxford define la ciencia ciudadana como “trabajo científico realizado voluntariamente por miembros del público en general, a menudo en colaboración con o bajo la dirección de científicos profesionales e instituciones científicas”. Esta práctica surge como respuesta a limitaciones históricas y actuales en recursos económicos, humanos y de tiempo.

Ciencia
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Como mencioné, solo una pequeña parte de la sociedad está capacitada para realizar trabajos científicos, lo cual limita el esfuerzo tanto en tiempo como geográficamente. La tercera limitante son los recursos económicos, que usualmente son escasos y no prioritarios, especialmente en países como el nuestro. La ciencia ciudadana permite que personas sin formación científica sean capacitadas para llevar a cabo investigaciones específicas y formar parte del equipo científico. Tradicionalmente, se establece una cuota de acceso para la capacitación y la participación en el trabajo de campo. Además, se invita a los participantes a colaborar en la divulgación mediante pláticas y presentaciones audiovisuales (los fotógrafos y camarógrafos son muy bienvenidos). Hay muchos ejemplos de proyectos, para todos los intereses; pueden ser arqueología, astronomía, historia natural o tecnología.


Como ejemplos exitosos destacan el trabajo del arqueólogo inglés Howard Carter, quien no hubiera logrado su espectacular descubrimiento sin la ayuda y financiamiento de sus mecenas Lord Carnarvon, quien participó activamente en la apertura y catalogación de los tesoros dentro de la tumba de Tutankamon . En astronomía, el cometa Shoemaker-Levy 9, que colisionó con Júpiter en 1994, fue descubierto y nombrado en honor a dos aficionados a los astrónomos pertenecientes a un club de astronomía. En México, las universidades utilizaron torneos de pesca deportiva para recopilar información sobre poblaciones de especies como el marlín y pez vela, cuyos datos recabados por pescadores dieron origen a normativas y acciones para una pesca responsable y sustentable. En tecnología, la empresa Oracle impulsa un proyecto donde mujeres adolescentes de todo el mundo desarrollan aplicaciones para resolver problemáticas sociales actuales que afectan a las mujeres, promoviendo su desarrollo en ingeniería.


En lo personal, como biólogo marino, participó en dos grandes proyectos de ciencia ciudadana. El primero, con el acuario SCRIPPS de San Diego, California, consistió en expediciones al Mar de Cortés para ampliar y reponer especies de peces destinadas a exhibiciones educativas. Voluntarios financiaban sus viajes y participaban junto a científicos mexicanos en monitoreos y muestras en localidades de difícil acceso. Esta información permitió crear políticas, reglamentos y vigilancia para proteger especies de ornato que antes estaban desprotegidas y que hoy cuentan con control cuidadoso de sus ambientes arrecifales.


El segundo proyecto fue mi propio doctorado, cuyo objetivo fue la búsqueda e identificación de sustancias químicas marinas útiles para crear medicamentos que enfrenten las dos principales problemáticas de salud identificadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS): las enfermedades infecciosas resistentes a antibióticos y el cáncer, cuyas células causan altos índices de mortalidad sin cura definitiva. Desde 2009, la OMS sugiere explorar zonas extremas, como la mesofótica o penumbra oceánica (entre 40 y 150 m de profundidad), en busca de estas sustancias, enfocándose en péptidos antimicrobianos de organismos genéticamente afines a humanos, como los erizos marinos.


Para este fin se creó el proyecto “Búsqueda de péptidos antimicrobianos en erizos marinos de la zona mesofótica en Bahía de Banderas”. Esto presentó grandes retos logísticos y financieros para muestreos en profundidades de 80 m, así como costos elevados en equipos y consumibles de laboratorio. La ciencia ciudadana fue la solución.


Se lanzó una convocatoria para reclutar buzos técnicos que financiaron su viaje, actuaron como buzos de seguridad y participar en colectas; algunos contribuyeron además con fotografías y videos que documentaron el proyecto. Tiendas de buceo, organizaciones ambientalistas y fabricantes de equipos especializados colaboraron con donaciones en especies y aportes económicos. Las universidades prestaron laboratorios y equipos para los análisis necesarios. Gracias a este esfuerzo colectivo, se identifican péptidos con potencial para inhibir el crecimiento bacteriano y de células cancerígenas en pruebas de laboratorio. Aunque falta mucho para un medicamento disponible, se ha abierto una gran posibilidad para encontrar soluciones a estos problemas de salud.


Como estos ejemplos demuestran, la ciencia ciudadana es una herramienta muy valiosa para la ciencia. Responde a las complejas necesidades del conocimiento y ofrece oportunidades a personas sin formación científica pero con gran interés en contribuir al avance de la humanidad. Si estás interesado, hay muchas opciones para involucrarte en distintos niveles de compromiso. Te garantizo que formar parte de uno de estos equipos es una experiencia sumamente satisfactoria.


Jose Luis Arreola, biologo marino, instructor de buceo, investigador. México

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